A menudo escuchamos que el amor y la amistad son dos cosas distintas e incluso incompatibles, como si se tratara de una mezcla imposible, como el agua y el aceite. Algunos admiten que la amistad podría transformarse en amor, pero ¿el amor en amistad? ¡Jamás! Sin embargo, creo que estas ideas son prejuicios derivados de la confusión social que muchos tenemos —o hemos tenido— sobre lo que realmente significan el amor, la amistad y eso tan idealizado que llamamos amor romántico o enamoramiento. Entonces, ¿qué entendemos por amor?

En mi opinión, el amor es una experiencia profundamente personal que implica sentirnos vinculados, confiados y compartiendo aspectos esenciales de nuestro ser con otra persona. Es una relación en la que ambos pueden cuidarse, ayudarse y crecer juntos. Desde esta perspectiva, la amistad es una forma de amor. Una relación de pareja sana también lo es. Lo mismo ocurre con las relaciones familiares bien construidas. Así, el amor se manifiesta en diferentes parcelas de nuestra vida —amistad, pareja, familia— pero siempre es el mismo amor, expresado de distintas maneras. Por eso, hacer una distinción radical entre amor y amistad carece de sentido.

¿Cuántas veces hemos oído frases como:
– «Sólo lo veo como amigo.»
– «Me llevo muy bien con ella, pero no puedo imaginarla como mi pareja.»
– «Mi novio es mi novio y mi amigo es mi amigo, ¡no tienen nada que ver!»
– «Para tener una pareja tiene que haber química, y eso con un amigo es imposible.»
– «Este tipo de cosas se las cuento a mis amigos, ¡no a mi pareja!»

Estas ideas reflejan más los prejuicios culturales que la naturaleza real del amor y la amistad.

Otra cosa distinta es confundir el amor con el enamoramiento. El problema es que el enamoramiento no tiene nada que ver con el amor, ni con la amistad, ni con el cuidado y crecimiento mutuo que definen las relaciones verdaderamente amorosas. Es un estado emocional inestable, formado por proyecciones, idealizaciones y factores a menudo neuróticos. Por eso, afortunadamente, siempre es transitorio. En este sentido, es cierto que el enamoramiento no puede transformarse en amistad… pero tampoco en nada más. Su único destino es desaparecer.

Si comprendemos esto, podemos ver que una relación de pareja saludable, que realmente funcione, será también necesariamente una relación amistosa. Y si es amistosa, tendrá mayor profundidad y durabilidad. Del mismo modo, si dejamos de lado los prejuicios, una buena amistad cargada de amor podría evolucionar hacia una relación de pareja más íntima y profunda con el tiempo.

El amor de pareja y la amistad no sólo no son incompatibles, sino que son perfectamente integrables. Ambos se nutren de la misma capacidad humana para vincularnos, compartir, ayudarnos y crecer mutuamente. Al final, son expresiones diferentes del mismo amor que nos conecta y nos enriquece.

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